…El tiempo se hace. En esta ocasión decidimos indagar un
poco más sobre la historia de la guerra civil de nuestro querido País El
Salvador y visitamos Pekín, un pequeño pueblo situado en Morazán, de origen Lenca, cuyo idioma era el "Potón", su nombre significa "camino
de brasas”. En el camino hacia Perquín lo que más llamó mi atención fue que hay
muchísimos árboles de jocote y la gente pasa de largo como si ya están
aburridos de verlos. No pudimos resistir la tentación y nos detuvimos para
cortar algunos, parecíamos locos, pero fue parte de la aventura. También
observamos hamacas con un ancho mayor que el normal y colores atractivos,
elaboradas de un material diferente a los convencionales demostrando la
excelente calidad.
Continuamos nuestro recorrido de cuatro horas manejando,
llegamos a Jocoaitique, ubicado antes de Arambala. A unos metros del mirador de
Jocoaitique se localiza un centro turístico donde nos ayudaron a encontrar un
hostal para mochileros llamado Perquín Real que está justo a la entrada,
también nos recomendaron visitar el Museo de la Revolución, El Mozote y Río
Sapo y nos ofrecieron el alquiler de bicicletas para ir a las montañas y de tiendas de acampar así como tambien sleeping.-
Continuamos nuestro camino y a menos de quince minutos
llegamos a Arambala, una calle en forma de cuchilla, avanzamos hacia Perquín y
conocimos el hotel, donde además venden madera, por lo que se percibe un
agradable aroma al ingresar. Fuimos atendidos por una amable señorita, quien
nos informó que el precio por noche era de $10 por persona, valor que nos
pareció excelente, en virtud del gasto en que se incurre en combustible para
realizar este viaje. Se los recomiendo si no quieren gastar mucho en la estadía
en ese lugar, El hotel es una casa grande, de esas en que las habitaciones
rodean un corredor donde hay hamacas para descansar y, en el medio una mesa
grande por si se quiere llevar comida y consumirlos en el lugar. También cuenta
con un sólo televisor ubicado frente a esta mesa;
En fin, dejamos nuestras pertenencias y nos regresamos a
Arambala emocionados por conocer pues ahí se localizan el Llano del Muerto y el
Bailadero del Diablo, ésta es la zona montañosa del lugar. Almorzamos en el
restaurante Villa María que está camino al Llano de la Muerte, es también
bonito y pienso que de noche debe ser excelente alojarse ahí pues está en medio
de montañas y con el cielo despejado de seguro se puede estar más cerca de las
estrellas.
Continuamos nuestro recorrido y llegamos al Llano del Muerto, lugar que estaba muy concurrido, pero de mucho atractivo, tiene una cancha de fútbol, una piscina grande, área para acampar y un restaurante donde por cierto, La comida es la más económica en esta zona; ofrecen una excelente atención, al parecer en ese lugar alquilan cabañas por si no se quiere acampar o, para los más atrevidos, hay una zona entre árboles donde se puede acampar, también existe una cascada “El Perol”, la cual estaba un poco seca porque la visitamos en verano. Aquí preguntamos por el Bailadero del Diablo y nos comentaron que al parecer desapareció y lo que existe hoy en el lugar es similar a un balneario público, lástima porque yo iba emocionada pues había visto fotos muy bonitas del lugar, pero no fue posible.
Continuamos nuestro recorrido y llegamos al Llano del Muerto, lugar que estaba muy concurrido, pero de mucho atractivo, tiene una cancha de fútbol, una piscina grande, área para acampar y un restaurante donde por cierto, La comida es la más económica en esta zona; ofrecen una excelente atención, al parecer en ese lugar alquilan cabañas por si no se quiere acampar o, para los más atrevidos, hay una zona entre árboles donde se puede acampar, también existe una cascada “El Perol”, la cual estaba un poco seca porque la visitamos en verano. Aquí preguntamos por el Bailadero del Diablo y nos comentaron que al parecer desapareció y lo que existe hoy en el lugar es similar a un balneario público, lástima porque yo iba emocionada pues había visto fotos muy bonitas del lugar, pero no fue posible.
De regreso vimos una enorme piedra en la que nos subimos
para tomar fotos panorámicas. Les comparto los links para que puedan
disfrutarlas.
Continuamos con nuestro recorrido de regreso a Perquín, caminamos hacia el parque, pués el hotel donde nos hospedamos está a dos cuadras de él, muy bonito, pintoresco diría Yo, la Iglesia cuenta con una fachada sencilla, aunque muy bonita.
Esférica del Parque de Perquin...
Preguntamos si aún se
encontraba abierto el Museo de la Revolución y nos comentaron que sí por lo que
nos dirigimos al lugar, eran casi las 6 pm y estaban a punto de cerrar, pero
nos atendieron y nos relataron parte de su historia y que fue fundado por ex guerrilleros.
Entrar a ese Museo, a
pesar de su sencillez, es encontrarse con una gran historia que ha formado
parte importante de nuestro País. Se pueden observar en sus paredes, fotos de
ex combatientes, las cuales ahora son copias de las originales. Esto debido a
que en el pasado no se permitía tomar imágenes pues el flash de las cámaras las
arruina y para que los visitantes pudieran hacerlo se optó por dichas copias.
En las salas podemos ver mochilas, fusiles y otras armas,
radios que fueron utilizados durante el conflicto armado. En el exterior se
exhiben dos partes de helicópteros que fueron derribados, en uno de los cuales
se trasladaba Domingo Monterrosa, a quien se le atribuye ser uno de los
culpables de la masacre de El Mozote.
También se puede observar los primeros carros blindados que
ingresaron a El Salvador y se puede ver un orificio de bomba. Los invito a
conocer este museo lleno de historia y muy interesante cuyo costo de ingreso es
de sólo un dólar. Disponen de guías que te pueden ilustrar de forma clara todo
lo que ahí se exhibe.
Una vez finalizada esta visita cenamos deliciosas pupusas en
La Cocina Lenca, sitio que nos recomendaron. Muy ricas y con precios
accesibles!! Nos trasladamos al parque
donde pude tomar una foto panorámica dentro de la Iglesia ya que cuando
inicialmente la visitamos se oficiaba una misa y se encontraba muy llena. Luego
nos quedamos por un rato en el parque, admirando y disfrutando la hermosa luna
que nos hacía compañía e iluminaba parte del pueblo. Para entonces eran ya las
7pm y aún había niños jugando. Que bonito es quedarse en un lugar tranquilo.
Regresamos al hostal y nos recostamos un rato en las hamacas
ubicadas en el corredor. El clima era tan fresco y agradable que el sueño nos
dominó. Al otro día nos levantamos temprano para conocer El Mozote; primero
visitamos el río Sapo que por la época estaba un poco seco por lo que
regresamos al pueblo para tomar la calle al Mozote.
Antes de continuar compartiendoles mi historia, los invito a
leer la biografía y el testimonio de Rufina Amaya, quien fuera la única
sobreviviente de la masacre de El Mozote, catalogada como la peor de la zona
occidental.
Testimonio de Rufina Amaya – El Mozote, 1981.// información
de quejoder.wordpress.com
Publicado el septiembre 18, 2004 por Ligia
Me llamo Rufina Amaya, nací en el cantón La Guacamaya del
caserío El Mozote. El once de diciembre del año 1981 llegó una gran cantidad de
soldados del ejército. Entraron como a las seis de la tarde y nos encerraron. A
otros los sacaron de las casas y los tendieron en las calles boca abajo,
incluso a los niños, y les quitaron todo: los collares, el dinero. A las siete
de la noche nos volvieron a sacar y comenzaron a matar a algunas personas. A
las cinco de la mañana pusieron en la plaza una fila de mujeres y otra de
hombres, frente a la casa de Alfredo Márquez. Así nos tuvieron en la calle
hasta las siete. Los niños lloraban de hambre y de frío, porque no andábamos
con qué cobijarnos.
Yo estaba en la fila con mis cuatro hijos. El niño más
grande tenía nueve años, la Lolita tenía cinco, la otra tres y la pequeña tan
sólo ocho meses. Nosotros llorábamos junto a ellos. A las siete de la mañana
aterrizó un helicóptero frente a la casa de Alfredo Márquez. Del helicóptero se
apearon un montón de soldados y entraron donde estábamos nosotros. Traían unos
cuchillos de dos filos, y nos señalaban con los fusiles. Entonces encerraron en
la ermita a los hombres. Nosotros decíamos que tal vez no nos iban a matar.
Como la ermita estaba enfrente, a través de la ventana veíamos lo que estaban
haciendo con los hombres. Ya eran las diez de la mañana. Los tenían maniatados
y vendados y se paraban sobre ellos; a algunos ya los habían matado. A esos los
descabezaban y los tiraban al convento. A las doce del mediodía, terminaron de
matar a todos los hombres y fueron a sacar a las muchachas para llevárselas a
los cerros. Las madres lloraban y gritaban que no les quitaran a sus hijas,
pero las botaban a culatazos. A los niños que lloraban más duro y que hacían
más bulla eran los que primero sacaban y ya no regresaban.
A las cinco de la tarde me sacaron a mí junto a un grupo de
22 mujeres. Yo me quedé la última de la fila. Aún le daba el pecho a mi niña.
Me la quitaron de los brazos. Cuando llegamos a la casa de Israel Márquez, pude
ver la montaña de muertos que estaban ametrallando. Las demás mujeres se
agarraban unas a otras para gritar y llorar. Yo me arrodillé acordándome de mis
cuatro niños. En ese momento di media vuelta, me tiré y me metí detrás de un
palito de manzana. Con el dedo agachaba la rama para que no se me miraran los
pies.
Los soldados terminaron de matar a ese grupo de mujeres sin darse
cuenta de que yo me había escondido y se fueron a traer otro grupo. Hacia las
siete de la noche acabaron de matar a las mujeres. Dijeron “ya terminamos” y se
sentaron en la calle casi a mis pies. “Ya terminamos con los viejos y las
viejas, ahora sólo hay esa gran cantidad de niños que han quedado encerrados.
Allí hay niños bien bonitos, no sabemos qué vamos a hacer”. Otro soldado
respondió: “La orden que traemos es que de esta gente no vamos a dejar a nadie
porque son colaboradores de la guerrilla, pero yo no quisiera matar niños”.
“Si ya terminaron de matar a la gente vieja, vayan a
ponerles fuego”. Pasaron los soldados ya con el matate de tusa de maíz y una
candela prendida, y le pusieron fuego a las casas donde estaban los muertos.
Las llamas se acercaban al arbolito donde yo estaba, y me asustaban las bolas
de fuego. Tenía que salir. Se oía el llanto de un niño dentro de la fogata,
porque a esa hora ya habían comenzado a matar a los niños. “—Andá ve, que a ese
hijueputa no lo has matado”. Al ratito se oyeron los balazos.
Escuché que los soldados comentaban que eran del batallón
Atlacatl. Yo conocía a algunos de ellos porque eran del lugar. Uno era hijo de
Don Benjamín, que era evangélico. A Don Benjamín también lo mataron. En esa
casa había más de quince muertos. Seguro que el muchacho vio cuando lo mataban,
porque ahí andaba él, y también otro al que le decían Nilo.
“Mirá, aquí habían brujas y pueden salir del fuego”. Uno de
ellos se me sentaba casi a los pies. Yo del miedo no respiraba. Podía escuchar
su conversación: “Hemos terminado de matar toda esta gente y mañana vamos a La
Joya, Cerro Pando…”
Cerca de la una de la mañana uno dijo: “Vamos a comer algo a
la tienda”, y escuché los ruidos de botellas. Yo no tenía más salida que para
allá, porque hacia acá estaba lleno de soldados. Era un poco difícil salir.
Estuve como una hora pensando para dónde me podía escapar.
Como a los animales les gusta la luz y allí había bastante
ganado, unos terneros y unos perros se acercaron al fuego. Yo le pedí a Dios
que me diera ideas para ver cómo iba a salir de allí. Me amarré el vestido, que
era medio blanco, y fui gateando por medio de las patas de los animales hasta
el otro lado de la calle, que era un manzanal. Me tiré a rastras bajo el
alambrado, así como un chucho, y quedé sentada del otro lado a ver si oía
disparos, pero no se escucharon. Sólo se oía gritar a los niños que estaban
matando. Los niños decían: “¡Mama nos están matando, mama nos están ahorcando,
mama nos están metiendo el cuchillo!” Yo tenía ganas de tirarme de vuelta a la
calle, de regreso por mis hijos, porque conocía los gritos de mis niños.
Después reflexionaba, pensaba que me iban a matar a mí también. Me dije: “será
que tienen miedo y por eso lloran. Tal vez no los vayan a matar, tal vez se los
lleven y algún día los vuelva a ver”. Como uno no sabe lo que es la guerra, yo
pensaba que quizás los podría ver en otra parte.
“Dios mío, me he librado de aquí y si me tiro a morir no
habrá quién cuente esta historia. No queda nadie más que yo”, me dije. Hice un
esfuerzo por salir de ahí; me corrí más abajo por la orilla del manzanal, me
arrastré, bajé del alambrado y me tiré a la calle. Ya no llevaba vestido, pues
todo lo había roto, y me chorreaba la sangre. Bajé a un lomito pelado; entonces
quizás vieron el bulto que se blanqueaba. Me hicieron una gran disparazón, y
corrí a meterme en un hoyito. Allí me quedé hasta el siguiente día, porque eran
ya las cuatro de la mañana. A las siete todavía se escuchaban los gritos de las
muchachas en los cerros, pidiendo que no las mataran. A las ocho de la mañana
vi marchar soldados del lado de Ojos de María, La Joya y Cerro Pando. Iban en
grandes grupos. Yo pensaba en mi hoyito que me podían descubrir, porque estaba
cerquita de la calle. Como cosa de las tres de la tarde, ellos subieron de
regreso. Ya en La Joya y Cerro Pando se miraba una gran humazón. Todo humo
negro. Yo estaba en medio y pedía a Dios que me diera valor para estar allí. A
las cinco de la tarde los soldados treparon para arriba. Se llevaban los cerdos
y las gallinas. Todo se lo llevaban. A las siete de la noche me dije: voy a
salir a buscar un río, porque tenía sed. Conocía bien ese lugar porque ahí me
había criado. Y así escapé, cruzando las quebradas en lo oscuro y rompiendo el
monte con la cabeza. Atravesé por casas en las que sólo había muertos. Llegué
cerca del río como a las diez de la noche. Allí me quedé en una casita de
zacate. Lloraba largamente por los cuatro hijos que había dejado.
Estuve ocho días en ese monte. Sólo bajaba a tomar un trago
de agua a la orilla del río y me volvía a esconder.
Así estaba cuando una niña me encontró. Ella venía
arrastrando un costalito y entonces escuché una voz que le decía “¡apurate,
Antonia!” porque ellas iban a traer el maíz a esa casita donde yo dormía. Pensé
“Dios mío, aquí está la familia de Andrés”.
Entonces yo les salí al camino por donde iban a pasar y me
senté para que me vieran, porque yo no tenía ganas de hablar. Ya me había
puesto un suéter y un pantalón viejo que había hallado en una casa, porque me
daba pena andar sin ropa. La niña le dijo “¡Mama, allí está la Rufina!”. Cuando
me vieron, se asustaron. Ellos sabían que yo vivía en el mero Mozote. Y como
habían visto la gran humazón, pensaron que todos estaban muertos. Entonces
Matilde corre, me abraza, me agarra y me dijo: “Mire, ¿cómo fue Rufina? ¿Qué
pasó donde nosotros? ¿Y mis hermanos? Lo que yo le puedo decir es que a toditos
los mataron”. Empezamos a llorar juntas y ella me dijo: “Pues usted no se va a
ir para ninguna parte. Se queda con nosotros”. Las dos llorando, pues yo no
podía decirle más ni ella a mí. “Vamos a mi cueva junto a la quebrada”, me
dijo. Me llevaron a bracete porque yo tenía siete días sin comer ni beber nada.
Cuando llegamos a la cueva donde se habían escondido, vi una mujer bien maciza
que lloraba a gritos porque a sus hijos también los habían matado. Toda la
tarde lloré con esa familia.
Como a los quince días me tomaron una entrevista; me fueron
a buscar al lugar en donde estaba, porque se dieron cuenta que yo había salido.
No puedo decir quiénes eran, pues yo no entendía en ese momento, pero eran
personas internacionales. Después de que me tomaron esa entrevista fuimos a El
Mozote para ver si yo veía a mis hijos. Vimos las cabezas y los cadáveres
quemados. No se reconocían. El convento estaba lleno de muertos. Quería hallar
a mis niños y sólo encontré las camisas todas quemadas.
Después nos fuimos para Arambala y allí estuvimos con una
familia hasta que casi un año después, en el 82, marché para los campamentos del
refugio en Colomoncagua, donde se encontraba más gente que andaba huyendo. Al
principio no comía ni bebía. Me daban jugos de naranja a la fuerza, porque yo
pasaba el día llorando por mis niños. Yo había quedado sola, pues a mis hijos
me los habían matado y a mi compañero de vida también.
Hasta entonces nunca hubo amenazas. Un día pasaron unos
aviones que tenían luces verdes y rojas. Al siguiente se oyeron morteros, y ya
en la tarde entraron y mataron a la gente. Si nosotros hubiéramos sospechado
que nos iban a masacrar, nos hubiéramos ido de allí. Creyeron que nosotros
colaborábamos con la guerrilla, pero ni los conocíamos. No había de esa gente
allí.
Después de seis meses fui recuperando mi vida. Encontré a la
otra hija que tenía, que ya era casada y vivía en otro lugar. Si hubiera vivido
conmigo también hubiera sido masacrada. Siquiera uno de mis hijos había
quedado. Empecé a comer, mi hija lloraba junto a mí para que comiera y tuviera
ganas de vivir. Después estuve en Colomoncagua por siete años y me volví para
acá. Allí estuve mejor. Una no deja de sentir el dolor por sus hijos, pero ya
dentro de una comunidad se siente un poco más tranquila. Más tarde tuve a la
otra niñita, que es la que me consuela ahora. Comencé a tener amistades y a
tener fortaleza. Al ver la injusticia que habían hecho con mis hijos, yo tenía
que hacer algo. La que me daba más sentir era la niña de ocho meses que andaba
de pecho. Me sentía los pechos llenos de leche, y lloraba amargamente. Empecé a
recuperar mi vida, me integré a trabajar con la comunidad y estuve seis años
allá. Me sentía más fuerte porque compartía mis sentimientos con otras
personas.
Todo fue un error. Nosotros vivíamos de la agricultura, de
trabajar; habíamos estado moliendo los cañales, haciendo dulces. No creíamos
que podía llegar una masacre a ese lugar, porque allí no había guerrilla.
Quienes habían estado eran los soldados. Apenas hacía un mes que habían salido.
A un señor que se llamaba Marcos Díaz, quien tenía una tienda, dos días antes
de la masacre le habían dejado pasar camionadas de alimentación.
Siento un poco de temor al hablar de todo esto, pero al
mismo tiempo reflexiono que mis hijos murieron inocentemente. ¿Por qué voy a
sentir miedo de decir la verdad? Ha sido una realidad lo que han hecho y tenemos
que ser fuertes para decirlo. Hoy cuento la historia, pero en ese momento no
era capaz; se me hacía un nudo y un dolor en el corazón que ni hablar podía. Lo
único que hacía era embrocarme a llorar.
Rufina Amaya
Habitante de El Mozote. A los 38 años, milagrosamente
sobrevivió a la masacre que le arrebató a su esposo y sus hijos. Durante una
década fue ante el mundo entero la más elocuente testigo de lo sucedido en El
Mozote. En la actualidad “recupera” su vida en Ciudad Segundo Montes, Morazán
Información de Wikipedia:
Rufina Amaya (1943 - 6 de marzo de 2007) fue una sobreviviente de la Masacre del Mozote los días 11 y 12 de diciembre de 1981, en el
Departamento de Morazán, República de El Salvador, durante la Guerra Civil
Salvadoreña. Su testimonio de los ataques, reportados brevemente después por
dos reporteros norteamericanos pero desvirtuada por su misma comunidad
periodística del norte., así como por los EE.UU. y los gobiernos de El
Salvador, fue un instrumento en la eventual investigación hecha por la Comisión
de la Verdad para El Salvador, de las Naciones Unidas después del final de la
guerra. La investigación apunta a la exhumación de cadáveres sepultados en
noviembre de 1992 en el lugar, concluyendo que el testimonio de Rufina ha sido
exactamente representado en los eventos.
Después de la masacre, Rufina se volvió una refugiada por un
tiempo en el vecino país de Honduras, donde en 1985 ella se casó con otro
refugiado José Natividad, con quien ella tuvo cuatro hijos, divorciándose 2
años después de haber contraído matrimonio. Regresó a El Salvador en el año
1990 y se convirtió en pastor laíco de la Iglesia Católica. En Marzo del año
2000, Rufina estuvo viviendo cerca de un poblado de Morazán, conocido como Segundo
Montes, establecido por compatriotas exiliados repatriados nombrado
así en memoria de Segundo Montes, un sacerdote jesuita desaparecido durante la
guerra por asesinatos en masa de sacerdotes efectuado por las fuerzas del
gobierno en la Universidad Centroamericana "José Simeón Cañas" (UCA).
Rufina murió de un infarto en un hospital de San Salvador a la
edad de 64 años, el 6 de marzo de 2007, tras una larga enfermedad. Le
sobreviven su hija Fidelia, su hija Marta, de su segundo matrimonio; y un hijo
adoptado, Walter Amaya.
Después de haber leído pregunto -¿Se les hizo un nudo en la
garganta? Porque cuando yo llegué al Mozote, exactamente en el lugar donde está
tragedia ocurrió, al ver los nombres de todos los niños menores de un año,
ancianos, mujeres y toda la gente que sufrió este atropello imperdonable y por
la cual aún nadie está pagando, no puedo negar que aparte del nudo que se me
hizo, se me salieron las lágrimas. Es triste que en las guerras los daños
colaterales siempre recaigan en la gente inocente; es importante que las nuevas
generaciones conozcan nuestra historia para que ésta no se repita nunca.
En esta zona de El Mozote hay guías turísticas que relatan
la historia. Yo llegué tarde por lo que sólo pude grabar una parte del relato
que les comparto. Después de visitar el lugar continuamos hacia el Monumento a
la Paz y Reconciliación, a un kilómetro de El Mozote, también les comparto un
par de fotos esféricas de él y un corto vídeo.
Si tienes el tiempo suficiente, los guías que se encuentran
en el lugar te pueden llevar a conocer donde estaba ubicada la radio
Venceremos, una radio-emisora clandestina de El Salvador, que, durante la
guerra civil salvadoreña (1980-1991) fue la voz oficial del Frente Farabundo
Martí para la Liberación Nacional (FMLN).
Todo Esto y mucho mas
forma parte de la Ruta de la Paz.
Los invito a contar su propia historia. Si te gustó mi
preámbulo deja por favor un comentario o compártelo con tus amig@s y si quieres
que visitamos algún lugar de nuestro bello El Salvador , déjanos tu mensaje.
Como Llegar a Perquin Morazan:
-Bus de San Salvador a San Miguel //Ruta 301
-Bus de San Miguel a Perquin // Rutas 328,332
-Hostal Perquin Real // Tel. 2680 4020 costo por persona $10.00
-Llano del Muerto // Tel 73637053, Alquiler de cabañas,
zona para acampar, alquiler de cuadrimotos.-
-Museo de la Revolución// Tel. 2680-4045
-Centro de Amigos del Turismo/ Ruta de La Paz Tel. +503 2656-6521//
Alquiler de Tiendas para Acampar, Bicicletas para ir a las montañas,
Alquiler de Sleeping, etc.
-Muy Importante Llevar ropa y zapatos cómodos para caminar , también gorra para el sol.-